Grandes mujeres en La Biblia (Parte IV)

TEXTO CLAVE:Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él. (Génesis_2.18)

CONCEPTO CLAVE: Entonces Jehová Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras éste dormía, tomó una de sus costillas, y cerró la carne en su lugar. Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre. Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada Varona, porque del varón fue tomada. Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne (Génesis_2.21 – 24)

 OBJETIVOS EDUCATIVOS: Al finalizar la clase las hermanas y los hermanos podrán:

  1. Reconocer e identificar que la mujer fue creada como ayuda idónea para el varón y dar continuidad a la raza humana.
  2. Describir y comprender que la mujer juega un rol determinante en la formación y conformación de las nuevas almas que vienen al mundo y su influencia social y principios de fe determinarán el destino de su estirpe.
  3. Identificar las mujeres que lucharon por permanecer siempre en la voluntad de Dios conforme a su disposición y las que no.
  4. Agradecer a Dios por poner siempre en nuestro corazón el deseo de someternos a su voluntad y no traspasarla.

 

HULDA

«Entonces fueron el sacerdote Hilcías, y Ahicam, Acbor, Safán y Asaías, a la profetisa Hulda, mujer de Salum hijo de Ticva, hijo de Harhas, guarda de las vestiduras, la cual moraba en Jerusalén en la segunda parte de la ciudad, y hablaron con ella» (2 Reyes 22:14).

Léase: 2 de Reyes 22:14-20; 2 de Crónicas 34:21-33. Hemos visto a varias mujeres ocupando posiciones eminentes en la historia de Israel. Y Hulda, testificando el nombre de Jehová.

En el culto de Israel sólo los hombres podían ser sacerdotes. Incluso el cordero sacrificial tenía que ser macho, no hembra. En el mundo pagano las mujeres han ocupado lugares prominentes en los círculos religiosos, adivinadoras, pitonisas y sibilas(profetisas paganas). El oráculo en Delfos y en Pitia estaba a cargo de una mujer. La mujer tiene una poderosa imaginación y sensibilidad. Tiene una mayor intuición que el hombre, y al parecer puede recibir raptos y éxtasis con tanta o mayor facilidad que los hombres.

Entonces aparece la figura de Josías, un reinado largo y hermoso, probablemente bajo la inspiración de Jedida(2º Reyes 22.1) pero de modo especial de la profetisa Hulda, que animó al rey a reformar las condiciones paganas del estado. Hulda era una mujer campesina corriente. Estaba casada con Salum, del cual no sabemos nada más. A pesar del humilde origen de Hulda, tenía gran reputación, pues el rey envió al sumo sacerdote y otros ministros a que inquirieran de ella cuál era la voluntad de Dios. Y el relato nos indica que gracias a su profecía Josías fue inducido a renovar el pacto con Jehová.

 

LA HIJA DE FARAÓN

“Y la hija de Faraón descendió a lavarse al río, y paseándose sus doncellas por la ribera del río, vio ella la arquilla en el carrizal, y envió una criada suya a que la tomase.” (Éxodo 2:5).

Léase: EXODO 2:5-10; HECHOS 7:20-22; HEBREOS 11:23-28. Había muy pocos judíos en Egipto que vivieran en el distrito del palacio real. El rey los destinaba en su mayoría a la región de Goshen o Pithom y Ramesés. Ello explica que no ocurriera probablemente en ninguna otra ocasión que alguna familia hebrea desesperada recurriera a depositar a un niño en el río, para ver de salvarlo. En todo caso, para la hija de Faraón tiene que haber sido un espectáculo sorprendente encontrar a un niño escondido entre juncos cuando iba a bañarse al río.

Lo que nos interesa destacar es que tenía que haber un corazón humano de veras latiendo dentro del pecho de esta princesa pagana. Habría en el fondo del mismo, a pesar de la pompa y formalidad de su vida en el ambiente regio, el verdadero impulso que mueve a las madres a abrazar en su pecho a la criatura.

La imaginación de la princesa sería cautivada por el pequeño da rienda a su impulso amoroso, maternal, y acepta la oferta de María, haciendo oído sordo a la sospecha añadida cuando la niña le dice que iría a buscar “una nodriza entre las hebreas para criar al niño”.

La princesa está conforme, y la orden que la da es el sello le protección para el niño. La “nodriza” tiene órdenes de devolver al niño una vez criado. Y así sucedió. “Cuando el niño creció, ella lo trajo a la hija de Faraón, la cual lo prohijó, y le puso por nombre Moisés.”

En comparación, la conducta de esta princesa egipcia demuestra su grandeza. Era una mujer pagana, pero su conducta hacia Moisés ilustra que estaba por encima de lo que esperamos de los paganos. Para ella el niño Moisés no era un objeto de ilusión y de juego. Se cuidó de hacer planes para su bienestar sin contar los riesgos personales que implicaban su decisión.

 

LA MUJER CANANEA

“Y he aquí una mujer cananea que había salido de aquella región clamaba, diciéndole: ¡Señor, Hijo de David, ¡ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio” (Mateo 15:22)

LEASE MATEO 15:21-28; MARCOS 7:24-30. Por el relato no podemos decir si esta mujer se convirtió. Sólo que Jesús alabó su fe y por ella consiguió que su hija fuera librada del demonio, pero no sabemos si su fe era verdadera fe para la salvación. Se nos dice que la mujer insistió, a pesar de ser rechazada su petición repetidamente y que finalmente Jesús accedió a concederle lo que le pedía.

La mujer tenía fe en que Jesús podía curar a su hija. Fe en un milagro. Dios tiene compasión y libra a los hombres de la miseria humana, sin necesidad de tratarse de la gracia que genera fe salvadora. La mujer nos enseña que en toda situación aflictiva hemos de orar. La mujer cananea oró de modo inteligente: sabía que Jesús podía salvar a su hija. Perseveró y venció.

 

LA MUJER CON FLUJO DE SANGRE

“En esto, una mujer enferma de flujo de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y tocó el borde de su manto.” (Mateo 9:20)

Léase Marcos 5:24-34. La mujer arrastra aún las consecuencias de la maldición del Paraíso: “En dolor darás a luz a tus hijos” Y no sólo dolor en los partos, sino una multitud de dolencias relacionadas directa o indirectamente con este proceso fisiológico.

Esta mujer sufría su pena y su molestia en secreto y que ya hacía doce años. Después de tantos años hemos de suponer que su salud habría decaído. En cambio su fe era firme y enérgica. De no haber sido así no se habría atrevido a mezclarse con la multitud para acercarse a Jesús en público.

No se atrevió sin embargo a hablarle a Jesús de esta dolencia. Es posible que estuviera avergonzada de la misma. Por ello se acercó por detrás y tocó el borde del manto de Jesús. Sabemos que como resultado de este acto de fe, (“Si tocó aunque sólo sea su manto”), la mujer quedó realmente curada de su aflicción. Cesó el flujo, después de tantos años, en aquel momento.

Hemos de suponer que la mujer habría ido más de una vez al médico. Pero no había conseguido ningún resultado.

Pero, la fe le impidió llegar al desespero. Fue a Jesús. No pidió nada. Tocó el borde de su manto. Y quedó sanada. La fe puede realizar cosas estupendas. Jesús se lo dijo: “Y él le dijo: Hija, tu fe te ha hecho salva; vé en paz, y queda sana de tu azote” Aun cuando hemos de ponernos en manos del médico cuando estamos enfermos, no siempre es la voluntad de Dios que recibamos la curación por este medio, o por ningún medio. Dios siempre nos sostendrá y aliviará el sufrimiento, aunque no nos cure. El da a los que sufren una visión de su compasión y amor.

 

LA MUJER DE PILATO

“Y estando él sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir: No tengas nada que ver con ese justo; porque hoy he padecido mucho en sueños por causa de él.” (Mateo 27:19)

LEASE MATEO 27:15-31. No es raro que un hombre duro reciba la bendición de una esposa suave en su trato y que ejerce una influencia benéfica sobre él. Pilato es un ejemplo. Era un verdadero déspota, que abusaba de su autoridad y poder.  Pero su esposa era muy distinta. Es evidente que se interesaba directamente en las actitudes de su marido, procurando moderar sus excesos en la ejecución de sus deberes oficiales. En este caso tenía que estar enterada del arresto del rabino judío y del juicio a que se le sometería al día siguiente. Su sueño inquieto está poblado de pesadillas. Se levanta angustiada y manda encargo a su marido que “por causa de aquel justo ha sufrido mucho en sueños durante la noche”. No sabemos hasta que punto la mujer deseaba favorecer a Jesús porque consideraba que era inocente aunque esto es perfectamente posible de lo que no cabe duda es que trataba de evitar que su esposo hiciera lo que precisamente hizo: poner sobre su cabeza la sangre de un justo y además un maestro religioso.

Desde el punto de vista humano, en el hecho hemos de ver una mujer pagana, de naturaleza delicada y sensible, que trata de evitar que su marido cometa una atrocidad que sólo podía invitar la ira y venganza divinas.

 

LA MUJER SAMARITANA

“Vino una mujer de Samaria a sacar agua, Jesús le dijo: Dame de beber”. [Juan 4:7]

Léase Juan 4:1-42. Esta mujer no podemos decir que fuera un modelo de virtudes. El hecho de que cinco maridos se le murieran(suposición) no puede achacársele como culpa suya, pero sí el que, cuando fue al pozo y encontró a Jesús, estuviera viviendo con un hombre que no era su marido.

Y sin embargo, Dios, en su Providencia dirige las cosas de tal forma que esta mujer mundana, superficial y probablemente inculta, recibe una revelación extraordinaria, pues Jesús le habla de términos de gran profundidad y simbolismo, que se reservaba para ocasiones solemnes.

La mujer va al pozo, donde se halla Jesús sentado. Le pide de beber, pero sólo como excusa para entrar en un tema más profundo. La mujer de momento no entiende lo que dice, pero Jesús, poco a poco, le pone delante una visión espiritual y delicada que nos asombra pensar como podría ser captada por la mujer. Algunos no han vacilado en llamar esta entrevista pura ficción, una alegoría. Sabemos que fue real y conocemos el resultado de esta conversación. La gracia de Dios permanece soberana e independiente. Busca a los perdidos, no a los justos. Lo que cuenta es si es posible tocar la conciencia. Era posible en el caso de la mujer de Samaria.

 

LEA

“Y los ojos de Lea eran delicados, pero Raquel era de lindo semblante y de hermoso parecer.” Génesis 29: 17 (Léase: Génesis 29:16-35). Lea recibe el comentario curioso de que sus ojos eran tiernos. El ser una joven hermosa puede resultar peligroso para ella. Pero no es razón para que la que no lo es se sienta postergada. Esta carencia de hermosura puede ser compensada por una naturaleza rica, un corazón ferviente, ternura y afecto. Lea puede blasonar de ser la madre de Judá, y Judá de David y de Cristo.

Labán prácticamente vendió a Lea. Jacob tuvo que trabajar siete años para ganar a Lea. Además, Labán engañó a Jacob, y Lea fue su cómplice, pues Jacob deseaba casarse con su hermana Raquel. Sin embargo, Lea tenía una cosa. Dios había puesto milagrosamente fe en su corazón. Al principio era fe egoísta. Cuando nació Rubén alabó a Dios porque había sido mirada con favor. Cuando recibió Simeón estuvo contenta porque Dios la había consolado del odio de que había sido víctima. Cuando nació Leví se regocijó porque su marido la amaría. Pero cuando nació Judá ya había derrotado el egoísmo de su corazón y lo había reemplazado por sincero agradecimiento: “Ahora”, dijo, “alabaré al Señor”.

Lea no lo hizo por si sola, sino que fue Dios quien lo realizó en su corazón. Raquel no hizo lo mismo. La gloria del Señor no se expresa ni en el nombre de José ni en el de Benjamín. La alabanza al Señor está sólo en Judá, porque Judá significa “El que alaba a Dios”.

Es evidente, el maravilloso gobierno de Dios operando en todas estas cosas. En su soberanía creó a Raquel hermosa y a Lea de facciones corrientes. Como resultado de ello resultó prácticamente una tragedia entre las dos hermanas. No fue Raquel sino Lea la que dio nacimiento a Judá y con ello al antecesor de la madre de Cristo. La alabanza a Dios procede de Lea, no de Raquel.

De ello se sigue que Dios no ve las cosas con los mismos ojos que los hombres. Hay dos clases de belleza. Hay la belleza que Dios da al nacer, y que se marchita como una flor. Y hay la belleza que Dios concede cuando en su gracia, los hombres nacen de nuevo. Esta clase de belleza no se marchita, sino que florece eternamente.

 

LIDIA

“Entonces una mujer llamada Lidia, vendedora de púrpura, de la ciudad de Tiatira, que adoraba a Dios, estaba oyendo; y el Señor abrió su corazón para que estuviese atenta a lo que Pablo hablaba” Hechos 16:14

Léase Hechos 16:14-40. Lidia procedía de la ciudad de Tiatira, pero cuando conoció a Pablo residía en Filipos. Era dueña de una tienda en que se vendían vestidos teñidos de púrpura. Es evidente que vendía no sólo púrpura, sino muchos otros artículos. Debe de haber estado en buena posición y viviría en una casa espaciosa, en la que podía acomodar a Pablo y a Silas y a otros que les acompañaran.

Se había convertido al Dios de Israel, porque los sábados se juntaba con otras mujeres judías en el lugar de oración acostumbrado. Este lugar no era la sinagoga, pues en aquel entonces no había ninguna en Filipos. Pablo y Silas fueron al lugar donde estaban reunidas y «se pusieron a hablarles a las mujeres allí congregadas». Les hablaron, naturalmente, de Jesús de Nazaret.

Parece que no tuvo mucha aceptación su predicación, con la excepción de Lidia, «cuyo corazón abrió el Señor para que estuviese atenta a lo que Pablo hablaba». Al parecer hacía poco que Pablo había llegado a Filipos. Había esperado hasta el sábado para tener una audiencia. Lidia no abría la tienda en el día de sábado. Lidia no se convirtió porque Pablo le predicó. Se convirtió porque su corazón fue abierto por el Señor. La gracia es la que abre el corazón. Todas las mujeres oyeron el mensaje. Para las otras resultó incomprensible o detestable. Para ella fue una llama que hizo arder su corazón. Lidia creyó.

 

MARIA DE BETANIA

“Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la parte buena, la cual no le será quitada”. [Lucas 10:42]

María de Betania representa una mujer mística, contrastando con Marta, que es un ejemplo de piedad activa. La primera escogió vivir en su mundo interior; la segunda prefirió hacer más hermoso el mundo que la rodeaba. Por ello la una no debe pasar juicio condenatorio sobre la otra. Los dos tipos tienen que existir. El mundo suele preferir a la mujer activa, pero necesitamos también los pensamientos profundos y la meditación de la otra. Por esta razón María de Betania ocupa una posición especial en el grupo de amigos de Jesús. Observa, y sus palabras y actos suelen ir más profundo que los de los que la rodean.

Se nos dan tres particulares de su vida, los tres típicos de esta clase de mujer. Aproximadamente un año antes de la muerte y resurrección de Lázaro Jesús había parado en Betania. En aquella ocasión Marta se apresuró a servir a Jesús, pero María se colocó a sus pies escuchando sus palabras “María escogió la parte buena”, nos dice Jesús. Un año después Lázaro murió. Observamos que Marta corre a recibir a Jesús, mientras María está todavía aturdida por los sucesos y se queda en casa. Poco antes de morir Jesús vuelve a parar en Betania. Marta había preparado la comida y se aseguraría que no faltara nada en la mesa. Pero María notó que faltaba algo. Lo mostró ungiendo al Maestro amado, con un frasco de perfume de nardo. Fue como si dedicara al Cordero de Dios al inminente sacrificio.

No siempre aprecia el mundo estos rasgos delicados. A estas personas se las acusa de pasivas. Marta le echó en cara que descuidaba el deber de ayudar a los preparativos. Jesús la defendió. En la tumba de Lázaro, las lágrimas de María conmovieron al Maestro el cual acabó también llorando al verlas. Y cuando María le ungió con el perfume de nardo, Jesús otra vez aprobó lo que otros criticaban y dijo que su acción sería recordada en las generaciones futuras. Compárese (Mateo_26.6 – 13)

 

MARIA DE JERUSALEN

“Y habiendo reflexionado así, llegó a casa de María la madre de Juan, el que tenía por sobrenombre Marcos, donde muchos estaban reunidos orando”. (Hechos 12:12)

Léase Hechos 12:1-12. María de Jerusalén era una viuda rica. Lo sabemos porque era propietaria de una casa bastante grande para que cupiera en ella toda la congregación. Y porque La casa tenía un gran portal, por lo que podemos suponer que era una de las casas notables de Jerusalén. Tenía también criadas, de las cuales se nombra una llamada Rode, que fue a abrir La puerta a Pedro.

Esta María se había unido al servicio del Señor muy pronto. Su hijo, Juan Marcos se había hecho ministro de la Palabra, y acompañó a Pablo en uno de sus viajes. Es también el autor de uno de los Evangelios, el de Marcos. Pero, vamos a ver a lo que las Escrituras nos dicen de ella. La congregación se reunía en su casa de modo regular durante los días de La persecución de Herodes Agripa, que echó a los cristianos del Templo, donde se reunían antes. Entonces María les abrió la puerta de su casa. Pedro se dirigió allá inmediatamente que salió de la cárcel.

María tiene interés para nosotros en el hecho que no se limitó a entregar su contribución para la obra en las colectas de la iglesia, sino que poseyendo una casa espaciosa, la puso toda ella a disposición de la congregación.

 

MARÍA LA DE ROMA

Saludad a María, la cual ha trabajado mucho por vosotros. (Romanos 16:6)

Al terminar su carta a la iglesia de Roma Pablo envía sus saludos apostólicos a veinte personas, a las cuales menciona por sus nombres. Entre ellas se encuentra una mujer romana a la que llama María, Pablo dice de ella: «Saludad a María, la cual ha trabajado mucho por vosotros. Más adelante (v. 12) dice: «Saludad a la amada Pérsida, la cual ha trabajado mucho en el Señor.»

Algunos teólogos han conjeturado por estas afirmaciones que las dos eran evangelistas. Otros consideran que lo que hicieron fue extender hospitalidad a otros que eran los que propagaban el Evangelio.

La forma de expresarse Pablo nos hace pensar que hacían más que esto, aunque no sabemos exactamente qué. No es probable que fueran diaconisas, en el sentido que damos ahora a la palabra, pues Pablo probablemente lo habría indicado. No es probable que predicaran directamente en público, pues de haberlo hecho es dudoso que Pablo lo hubiera considerado digno de elogio.

Como sea, y aunque no podemos especificar el tipo de actividad a que se dedicaban, esto no nos hace dudar de la eficacia de su labor, elogiada por Pablo. Una mujer, cualquiera que sea su estado en la vida tiene numerosas oportunidades para ayudar a la causa de Cristo.

El servicio de María de Roma es posible que fuera distinto del de cualquiera de las otras Marías que hemos visto, pero con todo era de suma utilidad para la congregación de Dios. Y al revés, una forma de servir, es evitar que la influencia personal pueda causar detrimento a la causa de Cristo. Este es el caso de la mujer chismosa o intrigante (quien se mantiene ocupada en las cosas de Dios, tiene poco tiempo para las cosas del mundo) La mujer, incluso cuando su ocupación principal es el hogar y los hijos, por tener sobre sí estas responsabilidades, no tiene por qué limitarse a ello y cortar todo contacto con el mundo. Hay numerosas ocasiones en que puede servir al Señor con su ingenio y energía.

 

MARÍA MAGDALENA

“Y algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malignos y de enfermedades; María la llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios”. (Lucas 8:2)

Léase Lucas 8:1-2; Mateo 28:1-15. María Magdalena es el equivalente femenino de Pedro en el círculo que seguía a Jesús Los dos se caracterizaban por su celo y su fervor; fervor que a veces era excesivo y tenía que ser reprendido.

Magdala, la ciudad natal de María, estaba a tres millas de Capernaum. No es raro pues que oyera pronto de Jesús y se pusiera en contacto directo con El. María era un personaje conocido en Magdala. Era relativamente rica y había estado sujeta a la influencia de los demonios. Algunos dicen que era adúltera, pero no es justo decirlo no teniendo ningún dato. No tenía nada que ver con la mujer pecadora que lavó los pies a Jesús. Podemos suponer, por su posesión de demonios, que era de naturaleza apasionada e impetuosa. Pero María se había librado de estas influencias. Jesús expulsó sus siete demonios y a partir de aquel momento, María Magdalena, dedicó su fervor apasionado a servir a Jesús.

Permaneció con las mujeres que seguían a Jesús y sus discípulos, que les servían según necesitaban y que cuidaban de ellos. Necesitaban dinero, alimento, vestido. El dinero lo proveían estas mujeres, según vemos en Lucas 8:3.

Pero, este servicio material no era la única prueba de lealtad de María Magdalena a su Salvador. Cuando Jesús fue a Jerusalén para sufrir y ser crucificado, María Magdalena le acompañaba. En la cruz, todos los discípulos excepto Juan, habían huido en el momento de la crisis. Pero, María Magdalena permaneció y fue testigo de la muerte de Jesús (Marcos 15:40,41). Y después de los sucesos del Gólgota, participó en los preparativos de su entierro. Fue también una de las mujeres que se dirigió al sepulcro para derramar especias sobre la tumba. Y cuando hallaron que el cuerpo no estaba allí, fue María la que fue a Jerusalén y halló a Pedro y le comunicó la noticia que lo habían robado.

Pero, esto no fue bastante. Regresó inmediatamente a la tumba, probablemente antes que los apóstoles llegaran allí. Sabemos que tuvo un encuentro con Jesús y que no le reconoció, pero fue sin duda la primera mujer que le vio. Fue necesario que Jesús la llamara por su nombre antes que sus ojos fueran abiertos. Entonces le reconoció y cayó de rodillas. Otra vez muestra su celo y trata de acercarse a Jesús, pero el Señor le ordena que no le toque. En su fervor, consumida por él, como en todo en su vida, Jesús tuvo que frenar a María. Cuan distinta, por ejemplo, de María de Nazaret, o de Salomé, o de Marta, la hermana de Lázaro. Pero, este fervor, esta impetuosidad, debidamente templado puede dar mucho fruto.

 

MARÍA, LA HERMANA DE MOISÉS

“Porque yo te hice subir de la tierra de Egipto, y te redimí de la casa de servidumbre; y envié delante de ti a Moisés, a Aarón y a María (Miriam)”. (Miqueas 6:4).

Léase: Éxodo 15:20, 21; Números 12; Miqueas 6:4. Miriam o María es una profetisa y cantora de Israel. Es una de las mujeres que, como Débora, fue elegida y capacitada por el Señor para contribuir a la redención de su pueblo.

Era bastante mayor que Aarón y Moisés. De su encuentro con la princesa egipcia en el Nilo sabemos que era una chica sagaz. En efecto, Jocabed, su madre, podía encargarle el cuidado y supervisión del pequeño Moisés sin vacilación. Y aunque fue ella la que salvó la vida de Moisés, siempre se la ve en compañía de Aarón y no de Moisés. Esto es perfectamente natural. Moisés había vivido en el palacio y asistido a las escuelas de los egipcios. Luego, poco después de su primera aparición pública había tenido que emigrar a Madián. Entretanto, María y Aarón vivían juntos en su hogar tranquilo en Amram. Fue por esto que María no conocía a Moisés a fondo.

Por el contrario había una relación íntima entre María y Aarón. Duró toda su vida, y se vislumbra en ella, tal vez, un poco de celos con respecto al hermano menor. Sabemos, por ejemplo, que en el desierto de Sinaí, María y Aarón se opusieron a Moisés. Lo hicieron bajo el pretexto de que se había casado ilegítimamente con una mujer de los cusitas(de la tierra de Cus, en Madián). En esta oposición fue María y no Aarón quien tomó la iniciativa. Esto es evidente del orden de sus dos nombres en Números 12:1: “María y Aarón hablaron contra Moisés”  María era la instigadora y la que tomó la palabra. Fue sobre ella que cayó la terrible maldición de la lepra.

A partir de este incidente no se nos habla más de María. Al parecer, el don de profecía la había abandonado. Sólo sabemos que cuando murió fue sepultada en Kades. No se añade nada al comentario de que Israel lamentó su muerte.

 

MARÍA, LA MADRE DE JESÚS

“Entonces María dijo:  Engrandece mi alma al Señor; Y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la bajeza de su sierva; Pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones” Lucas 1:46 – 48

Véase Lucas 1. María, la madre de nuestro Señor, era también descendiente, o hija, de un rey. Cristo nació de ella y sólo de ella. El apóstol Pablo afirma que Cristo era de “la simiente de David según la carne”. Y aunque las genealogías de Mateo y Lucas terminan con el nombre de José, fue sólo a través de María que Cristo pudo ser hijo de David según la carne.

El hecho de que María fuera la prima de Elisabet no impide que creamos que era de estirpe regia. Es verdad que Elisabet era descendiente de Leví, y que generalmente los hijos de los sacerdotes se casaban con miembros de la misma tribu. Pero, esto no era una regla rígida.

Hay un punto en la vida de María en que discrepamos de los católico-romanos. Desde 1879 confiesan que la concepción de María, o sea, su propio nacimiento fue también milagroso: sin pecado, que no estaba afectada por el pecado original. Se suele añadir a esto que además nunca pecó. De ser esto así María estaría aparte del resto de la raza humana. Tales son las implicaciones de la doctrina de la Inmaculada Concepción.

Por tanto, para nosotros la humildad y pequeñez de María tiene un doble significado. Ocupa un estado humilde, para ilustrar cómo una princesa de la casa de David había descendido de su alta posición. Nos ilustra, además, cómo toda la raza había caído de su alta posición en el Paraíso, a los planos bajos del pecado y la culpa.

Léase Lucas 2. En su canto de alabanza, María dice que el Señor ha hecho grandes cosas por ella, y dice que su nombre es Santo. Su alabanza no era en modo alguno exagerada. No cabe mayor honor sobre un ser humano que el que le correspondió a María. Era verdaderamente la más bendita de todas las mujeres. De todas las hijas de los hombres, ella fue escogida para que el Altísimo la favoreciera con su gracia y la cubriera con su sombra. A lo largo de los siglos se le ha concedido el nombre de Madre de Dios, y no hay objeción a usarlo, con tal que se interprete este nombre debidamente.

Las Escrituras cantan honores a María y no se andan remisos en ello. El ángel la saludó como muy favorecida. Elisabet la llamó “bendita entre las mujeres”, “Bienaventurada porque había creído” (v. 45). María misma, se daba cuenta de sus bendiciones cuando dice: ” Me tendrán por dichosa todas las generaciones.” No tenemos que ir al otro extremo, cuando reaccionamos contra el énfasis excesivo a su gloria que le conceden las Iglesias Católica, Romana y Griega.

María fue elegida por Dios en un sentido único. Su privilegio fue mayor que el que se ha concedido a mortal alguno. Ello es más destacado por su estado humilde, a pesar de sus ilustres antecesores. Pero no hemos de quitarle la gloria que le pertenece porque otros le conceden honores indebidos.

El favor único que se le concedió fue el de ser la Madre de nuestro Señor, que el Hijo de Dios tomara forma humana de su carne y su sangre. María bebió de los santos ojos del niño el amor que los demás tardaron muchos años en conocer. Este honor no lo ganó; le fue concedido por Dios en su soberanía absoluta. Eligió a María. Salvó su vida y le envió el ángel para entregarle el mensaje. La abundancia de gracia que le fue concedida es motivo para que nosotros loemos, no el nombre de María, sino del Señor Dios que se la concedió. La misma esencia de la gracia nos impide que loemos a la criatura. Si hubiera virtud en el hombre para merecerla dejaría de ser gracia.

Tenemos que considerarla como muy favorecida y bienaventurada entre todas las mujeres. Estamos agradecidos de que le fuera concedida esta gracia, y por la gracia que a través de ella nos llega a cada uno. Con todo, no deja de ser “la sierva del Señor” que acepta gozosa hacer su voluntad. Al pensar en ella hemos de proclamar: “¡Gloria a Dios en las alturas!”.

Queda por mencionar si María ascendió al cielo sin morir, como se nos dice de Elías. La Iglesia Católica lo defiende, pero no ha encontrado esto en la Biblia. Lo dice basándose en tradiciones. Nadie sabe cuando murió María y dónde fue enterrada. La serie de ideas que han llevado a la de la Asunción de María es: si hubiera sido enterrada dada su importancia se sabría dónde. Además, es difícil admitir que el cuerpo de María, que había dado forma humana al Hijo de Dios, se desintegrara en la tumba. Algunos dijeron que murió y luego, resucitando, ascendió al cielo. En el occidente se habla de la “Ascensión de María”. En Oriente se habla de que “durmió” y se celebra de su “Dormición”. Esta idea pasó a Occidente. Luego fue reemplazada allí por la idea de la “Asunción’, que significa que María ascendió al cielo sin morir.

Léase Lucas 1:45-55. La exaltación religiosa de María, por cierto exagerada por algunos, descansa primeramente en su fe, y sobre su fe concebida como un mérito personal. Cuando María recibió el glorioso anuncio del ángel, contestó: “He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra.” Elisabet afirmó referente a esta confesión: “Bienaventurada la que ha creído que tendrán cumplimiento las cosas que le han hablado de parte del Señor.” La fe a la que María dio expresión, a veces se ha perdido de vista que le fue dada gratuitamente por la gracia. No fue mérito suyo alguno. Si se considera que lo fue, inmediatamente se sigue: La encarnación del Señor fue sólo posible por el asentimiento de María; por ello María hizo posible a Cristo el ofrecer el supremo sacrificio de la redención; y por la redención del mundo, y por el perdón de nuestros pecados por la sangre del Cordero. Esto es inadmisible.

No se trata de rebajar la calidad de la fe de María. Esto estaría en contra del espíritu de las Escrituras, que confirman esta fe repetidamente. Se trata más bien de hacer ver que esta fe no da lugar para la exaltación de María, pues no se aparta de la regla: “La fe no es de vosotros, pues es don de Dios.” Dios influyó en su alma y en su cuerpo: en su alma dándole la fe y en su cuerpo formando en él al Salvador, a partir de su carne y de su sangre.

Se hace destacar su virginidad como si fuera otra virtud excepcional. La Escritura no nos da base para creer que permaneciera virgen. Ni tan sólo que el nacimiento de Jesús dejara su virginidad intacta en el sentido físico. Todas las referencias a profecías sobre este punto específico, como Ezequiel 44:2 están fuera de lugar.

No se insiste sobre este punto para negar o afirmar que tuviera otros hijos después del nacimiento virginal de Belén. Esto no se podrá demostrar nunca. El que se hable de los “hermanos” de Jesús no significa nada. “Hermano” es usado en la Biblia para hermanastros, y aún más general, como parientes (Génesis 3:18; 14:16; 29:12; Números 8:26; 15:10, etc.). Si insistimos sobre esto es para decir que no sabemos que Dios prefiera una virgen a una madre. El caso de María no es aplicable, ya que no fue elegida para que diera el nacimiento como virgen porque esto significara mayor categoría, sino por razones teológicas mucho más profundas.

Podemos tener en gran estima a María como Madre del Señor y como Escogida del Altísimo, pero las Escrituras no nos dicen que fuera una mujer de extraordinaria vitalidad espiritual. Se la menciona quince veces después del relato de los sucesos en Belén. Cuando Jesús tuvo doce años fue con El al Templo de Sión. En aquel entonces María no entendía a Jesús. La vemos otra vez en las bodas de Caná. Ella misma dice que no entendía los profundos pensamientos de Jesús. Luego en Mateo 12:46, cuando quiere hablar con su hijo, Jesús más bien la reprende. En el Gólgota no revela penetración espiritual alguna, sino los sentimientos normales en toda madre. Cuando Jesús asciende al cielo hallamos a María entre el grupo de creyentes (Hechos 1:14). Su nombre es mencionado al final de todos. Al parecer no era muy prominente.

Los apóstoles no la mencionan, ni en Pentecostés ni en ninguna otra ocasión, al predicar a Cristo. Pablo recibió el evangelio directamente de Jesús, y ni tan sólo menciona su nombre. Ni en los Hechos ni en las Epístolas se le conoce honor alguno. No se le pide opinión en ocasión alguna. Desaparece de las Escrituras de modo inconspicuo.

Quien compara la posición de María en las Iglesias Católica, Romana y Griega, en el culto y en el corazón de su religión, con el silencio que se mantiene sobre ella en los Hechos y en las Epístolas, no puede por menos que pensar que los Padres apostólicos pensaban de ella más o menos lo mismo que los teólogos de la Reforma.

 

MARÍA, LA MADRE DEL APÓSTOL

“Estaban de pie junto a la cruz de Jesús su madre, y la hermana de su madre, María mujer de Cleofás, y María Magdalena”. Juan 19:25.

Léase Juan 19:25-42. No hay que confundir las seis Marías de que nos habla el Nuevo Testamento. Son: 1- María de Nazaret, la madre de Jesús; 2- María de Betania, la hermana de Lázaro; 3- María de Magdala; 4- María de Jerusalén, la madre de Juan Marcos; 5- María de Roma, una ayudanta de Pablo; y 6- María, la madre del apóstol, que no sabemos donde vivía, aunque sería en la vecindad del Lago de Galilea.

Hablaremos aquí de la última, a la que distinguimos de las demás llamándola “la madre del apóstol”. Se la llama a veces “la otra María”, pero esto no significa nada y da lugar a confusión.

Se había casado con Cleofás, de Alfeo, y tenía dos hijos, Jacobo y José. Jacobo era uno de los apóstoles. Se le suele llamar Jacobo, el menor, para distinguirlo del hermano de Juan. La característica esencial de la María que estudiamos era que, con las otras mujeres, seguía a Jesús y ministraba a sus necesidades. Es lo que vimos hacía también María Magdalena, y otras que nos son mencionadas. María la madre del apóstol presenció también la tragedia de la cruz y participó en el entierro de Jesús. Fue también una de las que contempló a Jesús levantado de la tumba.

Si la comparamos con María Magdalena podemos ver que era una mujer muy distinta: no tenía los rasgos e impetuosidad de esta, pero su servicio no tenía por qué ser menos útil. Sería una persona piadosa, quieta, servicial, que no necesitaba figurar en primera línea, como les gustaba a la Magdalena y a Pedro.

 

MARTA

“Pero Marta se preocupaba con muchos quehaceres, y acercándose, dijo: Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude.” Lucas 10:40.

Léase Juan 11:1-45. Nos es difícil pensar en Marta sin traer a María a escena. Las dos son diferentes, es verdad. María era una cristiana quieta, que gustaba de escuchar a Jesús, sentada a sus pies. Marta estaba en continuo trajín, afanándose por servir mejor al Maestro. Sería un error hacer el contraste entre las dos como de luz y tinieblas, bien o mal.

Jesús le dijo a Marta, cuando esta le instó a que ordenara a su hermana que la ayudara, que María había escogido la buena parte, es decir algo mejor a la actividad incesante de Marta. Podríamos comparar diciendo que la una trabajaba con oro, y la otra con plata. Pero no hemos de olvidar que Dios en su soberana elección había llamado a cada una a un servicio distinto. Isaías era un profeta, lo mismo Amós. Pero no se confundían. Juan era un evangelista; lo mismo Marcos, pero el Evangelio de Juan es distinto del de Marcos, como el mensaje de Isaías es distinto del de Amós. Cada uno cumplió su responsabilidad siguiendo su camino señalado.

Jesús no reprendió a Marta por que estaba ocupaba. La reprendió por que quería arrancar a María de los pies de Jesús, la porción que había escogido su hermana. Marta probablemente miraba con desdén a su hermana arrobada escuchando a Jesús, no comprendiendo su quietud y misticismo. Para ella la vida era actividad y servicio. Pero, el servicio de ministrar misericordia y ayuda no lo es todo. En la iglesia hay también el ministerio de la palabra. El diácono que visita enfermos no puede menospreciar al pastor que predica la Palabra, pensando que sería mejor que él también visitara enfermos.

María escuchaba a Jesús, la mejor parte. Pero luego, todos ellos se sentaron a la mesa, bendecida por el Señor, pero servida por Marta.

 

NOADÍAS

Acuérdate, Dios mío, de Tobías y de Sanbalat, conforme a estas cosas que hicieron; también acuérdate de Noadías profetisa, y de los otros profetas que procuraron infundirme miedo (Nehemías 6: 14).

Léase: Nehemías 6. Noadías se nos presenta en contraste con Hulda. Las dos son profetisas: la diferencia es que Hulda inspiró la reforma que se realizó en tiempo de Josías, y Noadías contribuyó a obstaculizar la que se realizó en tiempo de Nehemías. Hulda era un profetisa auténtica, Noadías era falsa. Hulda hablaba inspirada por el Espíritu; en el caso de Noadías lo que decía era un mero producto de su imaginación.

 

NOEMÍ

«Y ella les respondía: “No me llaméis Noemí, sino llamadme Mara, porque en grande amargura me ha puesto el Todopoderoso”» (Rut 1:20).

Léase: RUT 1. Noemí significa «placentera». Comparada con varias de las mujeres anteriores, Noemí se nos presenta como amistosa y amable. Está relacionada con la genealogía de Cristo, indirectamente, una de las mujeres con rasgos nobles. La nobleza de sus rasgos da lugar inmediatamente a nuestra sincera simpatía, especialmente si añadimos el hecho de sus sufrimientos.

Casada con Elimelec, huyó con su marido de un hambre en su tierra, Belén, y fueron a parar a Moab. Por la historia vemos que su corazón siguió apegado a los suyos y a Belén. Su esposo murió en Moab, en el exilio, y ella se quedó con sus dos hijos, Mahlón y Quelión. Los dos se casaron con mujeres moabitas. Pero el Señor le quitó a sus dos hijos, ya casados, además de haber quedado viuda. Sólo le quedaban las dos nueras, y éstas no eran de su pueblo ni servían a su Dios.

Reducida a la extrema pobreza Noemí decidió regresar a Belén, tanto más que había oído que en Belén el pan era ahora abundante. Salió de Moab acompañada de sus dos nueras.

Era ya, prácticamente una mujer de edad avanzada.

El camino tuvo que serle penoso en gran manera, pero al fin volvió a ver su amada Belén, la ciudad de su felicidad infantil. Podemos imaginarnos el interés con que los habitantes de la ciudad observaron a Noemí y la compañía que llevaba consigo, una de las nueras. Se nos dice que «toda la ciudad se conmovió por causa de ellas; y decían: “¿No es ésta Noemí?”.» Con lágrimas en los ojos la anciana contestó: «No me llaméis Noemí, sino llamadme Mara, porque en grande amargura me ha puesto el Todopoderoso.»

Pero Noemí no había regresado sola como dijimos. Una de las nueras había decidido acompañarla, a pesar de que Noemí había intentado disuadirla. Noemí se nos dice que había despedido a las dos: «Volveos cada una a la casa de vuestra madre.»

Noemí supondría que las dos habían seguido orando a los dioses de Moab. Dos veces consecutivas les suplicó que la abandonaran. Finalmente, Orfa besó a su suegra y regresó a los suyos. Rut, empero, se negó a abandonarla. «Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios», fue la respuesta decidida de Rut. Moab descendía de Lot, y por tanto de Abraham. Es posible que hubiera permanecido un remanente fiel a Dios en Moab y que, sin saberlo Noemí, Rut hubiera estado en contacto con ellos. El Señor, en todo caso, se acercó a su alma con su gracia omnipotente. Lo que sabemos de cierto, pues, es que Rut decidió abandonar a los dioses de Moab y ser fiel al Dios de Israel. Por ello, tenía muy poco sentido para ella quedarse en Moab y prefirió ir con su suegra.

Noemí era pobre y se sostenían las dos de las espigas que Rut recogía en los campos yendo en pos de los segadores. Los planes que hizo Noemí para Rut son distintos de los planes a que nosotros estamos acostumbrados, pero seguían las costumbres de aquellos tiempos en Belén.

Las palabras de Noemí muestran ternura y consideración para su nuera. Noemí venció su amargura y volvió a ser amable y cariñosa como había sido antes. Dios honró a esta mujer abandonada de modo excepcional. Además de incluirla en el relato de las Sagradas Escrituras, y de proporcionarle la simpatía de la Iglesia de todos los tiempos. Permitió que su sangre se mezclara con la del Hijo de Dios en el curso de las generaciones.

 

RAHAB

“Por fe, Rahab la ramera, no pereció juntamente con los desobedientes, habiendo recibido a los espías en paz.” (Hebreos 11:31)

Léase: JOSUE 2:1; 6:17-25; HEBREOS 11:31; SANTIAGO 2:25. Los rabinos, desde tiempo inmemorial y luego muchos intérpretes del Cristianismo han intentado demostrar que Rahab era una mujer distinta de lo que nos describen las Escrituras. Niegan que fuera una ramera. Rahab se casó con Salmón, fue la madre de Booz y, por tanto, está incluida en la línea materna de los antecesores de Cristo. El apóstol Pablo la nombra entre la gran “nube de testigos” Es la única mujer, junto con Sara, que es designada como un ejemplo de fe. Además, el apóstol Santiago la menciona como una persona digna por sus buenas obras (2:25). ¿Cómo, se preguntan algunos, puede una mujer así haber sido una ramera? Es demasiado escandaloso. Especialmente difícil de creer para las personas pagadas de sí mismas, y que miran con desdén a los pecadores flagrantes. Repugna también a los que quieren hacer modelos de piedad y virtud a todos los caracteres de las Escrituras.

 

RAQUEL

“Raquel que llora por sus hijos” Jeremías 31:15.

Léase: Génesis 25:16-20; Jeremías 31:15. El grito que dio Raquel al morir fue “Benonni”; Benonni significa “hijo de mi dolor”. Y es en el espíritu de Benonni que las Escrituras muestran su entera presencia en la Biblia.

El Señor se muestra soberano e independiente al decidir hasta qué extensión cada mujer que pasa a ser madre participa en la maldición del Paraíso: “En dolor darás a luz los hijos.” La intensidad del sufrimiento varía. Algunas, ante el gozo por el hijo apenas consideran que han sufrido. Otras sufren terriblemente, y para algunas significa la muerte. Raquel fue una de ellas. Una vida por otra.

Nadie puede decir lo intenso del dolor sufrido por Raquel en su agonía al dar a luz a Benjamín, camino de Betel a Belén. Probablemente, esperaba poder llegar a Belén. Pero no fue posible. “Y hubo dificultad en el parto” nos dice la Biblia. La partera le aseguró que el hijo llegaría, pero al nacer el hijo se le salió el alma. “Benonni”, exclamó Raquel “hijo de mi dolor”.

Raquel era una mujer femenina en alto grado. Jacob había sido cautivado por ella. Probablemente, no vio mucho más en ella. Pero con esto le bastaba. La amó desde el principio. Siete años de trabajo le parecieron días; y cuando ocurrió el engaño y recibió a Lea, trabajó otros siete años.

Raquel no fue un modelo en algunos aspectos. Sabemos que se llevó imágenes con ella a Canaán. Engañó a su padre. Estaba celosa de Lea. Cuando finalmente dio a luz a José, y pudo ser madre, su orgullo maternal dominó su personalidad completamente. Esto es notable. Todo el ser de Raquel estaba concentrado en el deseo de ser madre. El Señor lo permitió y también permitió que al serlo por segunda vez lo pagara con el precio de su propia vida.

Después de diez siglos, el Señor recordaba la profecía de Raquel. La vemos escrita en Jeremías 31:15: “Así dice Jehová: Se oye una voz en Rama, lamento y llanto amargo; Raquel que llora por sus hijos, y rehúsa ser consolada.” Más tarde, en este mismo Belén, ante cuyas puertas casi, Raquel había exclamado “Benonni”, Herodes realizó una terrible matanza. De ella las Escrituras nos dicen: “Entonces fue cumplido lo que dice el profeta Jeremías: “Raquel llora por sus hijos, y rehúsa ser consolada, porque perecieron”.

Así el Benonni de este corazón de madre en su agonía halló eco en la historia de la Iglesia de Dios en Israel. Israel no pudo olvidar a Raquel que, al morir, dio a luz a su hijo. El Espíritu Santo mismo recuerda este grito de agonía.

 

REBECA

“Y no sólo esto, sino también cuando Rebeca concibió de uno, de Isaac nuestro padre” Romanos 9:10

Léase: Romanos 9:6-16. Se dice que Sara representa una figura regia. Comparada con ella pensamos en Rebeca como una mujer de su casa. En sus años jóvenes era, sin duda, hermosa, una doncella oriental. Una belleza sencilla. Sin ostentación. Era una joven simple, casi infantil. Obsérvese cómo recibió a Eliezer en el pozo, y cómo estuvo dispuesta a acompañar al siervo a Canaán sin haber visto a Isaac. Las mujeres orientales suelen ser pasivas e introspectivas. Rebeca no lo era. Aunque procedía de una familia de reputación, no tenía miedo de ensuciarse los dedos. Ella misma iba a buscar agua en una vasija, ayudó a preparar la comida, y proveyó para los camellos de Eliezer. Debe de haber sido como su nombre indica, “una muchacha amable”.

No dio un ejemplo especial de fe, pero es evidente que ésta existía en su corazón. Por ejemplo, dejó la tierra idólatra de Arán en favor de las tiendas de Abraham. Lo confirma también el hecho que según Romanos 9:12 recibió una revelación directa del Señor. observemos también sus esfuerzos para asegurar la bendición del Mesías para su hijo predilecto Jacob.

Este tipo de mujer recatada, esencialmente femenina, puede recurrir a toda clase de medios domésticos para conseguir sus propósitos. No es orgullosa o jactanciosa, y quizá por ello tiende a arreglar las cosas a su manera. Esto evita descontento y contribuye a la armonía. Pero también pueden ser maniobreras: usar astucia para conseguir su propósito, confiando, por ejemplo que nadie lo va a notar.

Rebeca tenía esta característica. Esto nos da a entender por qué tenía tanto aprecio a Jacob y en cambio, a veces, no podía tolerar a Esaú. Por otra parte, el mismo Jacob tenía este mismo defecto antes de su conversión. Esto no es digno de elogio, en modo alguno, pero procedía, sin duda, de su madre.

Así vemos que en el asunto de la bendición patriarcal de Isaac, Rebeca no le habla a su marido directamente. No le recuerda la revelación de Dios, indicando el carácter desviado de Esaú, y sobre esta base le pide que bendiga a Jacob. En vez de ello, haciendo uso ya entonces de la idea que el fin justifica los medios, empieza sus maniobras. Jacob coopera con entusiasmo. El también está cortado por el mismo patrón. Su madre le ha entrenado con mano maestra. Cuando se hace evidente que Jacob tiene que huir, Rebeca vuelve a intervenir para preparar al marido. (Véase a partir de Génesis 27:42.)

Las Escrituras no se abstienen de dejarnos saber todas estas cosas, sino que las cuentan con detalles. Podemos suponer que Rebeca obraba astutamente, en parte inspirada por la fe de que la bendición del Mesías fuera para Jacob, pero no podemos decir que obrara justificadamente, y el resultado de estos engaños lo pagó ella misma, pues nunca vio otra vez a su hijo.

A pesar de sus cualidades Rebeca es un aviso para que la esposa no haga uso de engaños y astucias. Estos continuos engaños dan muestra de la relación de Rebeca con su esposo. Si hubiera habido confianza y sinceridad los resultados hubieran sido mucho mejores.

La consideración de las consecuencias de esta conducta es aleccionadora. Rebeca fomentó las tendencias de Jacob al engaño y para él el conflicto entre ellas y la fe se agudizó y se hizo más doloroso. En cuanto a Esaú, no contribuyó a alterar la base de su carácter.

En realidad Rebeca descartó a Esaú y se dedicó como madre exclusivamente a Jacob. El castigo lo pagó con las mujeres que Esaú trajo a su casa y que acabaron degradándole completamente. La negligencia de Rebeca en la educación de Esaú tuvo repercusiones más adelante para el pueblo de Israel, en las épocas de sus conflictos con Edom, que es lo mismo que Esaú. La ira de Esaú todavía hierve en Herodes que era idumeo, en el día en que se burla del Varón de Dolores.

 

RIZPA

«Entonces Rizpa, hija de Aja, tomó una tela de cilicio y la tendió para sí sobre el peñasco, desde el principio de la siega hasta que llovió sobre ellos agua del cielo; y no dejó que ninguna ave del cielo se posase sobre ellos de día, ni fieras del campo de noche.»

Léase: 2 Samuel 3:7; 21:8-14. La historia es bastante macabra, y refleja las costumbres brutales y las venganzas personales comunes en las historias de este período. Por desgracia, el barniz de civilización que hemos conseguido poner en nuestras costumbres es muy delgado. La Biblia nos cuenta simplemente lo que pasó, sin tratar de disimular u ocultar los hechos por reprobables que sean. En toda esta historia descuella la entereza de una mujer, que con su noble conducta hizo dar cuenta al rey David de una falta de respeto a los cadáveres de varios miembros de la familia de su enemigo Saúl. Vamos a contar la historia.

En primer lugar Rizpa había sido una concubina de Saúl y, por tanto, una mujer prominente en el reino de Israel. Dejando aparte el hecho de que más adelante cediera ilegítimamente a los deseos de uno de los hijos de Saúl, Abner, vamos a considerar el episodio de los cadáveres de sus propios hijos, Armoni y Mefiboset, y los de los cinco hijos de Merab, la hermana de Mical (estas dos eran hijas de Saúl).

El episodio consiste en el hecho que los gabaonitas reclamaron, para vengarse de una matanza que había realizado Saúl entre su pueblo, a siete descendientes de Saúl. Los gabaonitas habían hecho un pacto con Josué, mediante un engaño, de que los israelitas no tomarían su vida, y servirían en Israel como leñadores y aguadores. El pacto debía ser mantenido, a pesar del engaño. Sin embargo, al llegar Saúl al trono suplantó las ideas de Dios por las suyas (pretendiendo que las dos eran idénticas) y decidió destruir a los gabaonitas. No los exterminó a todos, pero el juramento que Josué había hecho quedaba profanado.

David averiguó después de consultar a Jehová que la causa de un hambre que sufría Israel era la matanza de gabaonitas. Llamados, éstos requirieron siete varones descendientes de Saúl para ahorcarlos. David les entregó a los dos hijos de Rizpa y los cinco de Merab (por Adreiel uno de sus maridos).

Los siete fueron ahorcados, pero Rizpa, según vimos en el versículo del texto, cubrió los cadáveres que habían sido abandonados sobre la peña, para evitar que fueran devorados por los animales silvestres con una manta, y veló sobre la manta día y noche para impedir, que los cadáveres fueran descuartizados por las fieras, «desde el principio de la siega hasta que llovió». David recibió nuevas de la conducta de Rizpa y entonces, avergonzado, sin duda, ordenó que fueran juntados los huesos de estos siete ahorcados a los de Saúl, de Jonatán y otros y los mandó enterrar. Con ello terminó el hambre en la tierra.

Dejemos todos los aspectos sangrientos de esta historia y hagamos sólo mención a la entereza de esta mujer que desafió las inclemencias de los elementos naturales, la hostilidad de las fieras, el antagonismo de personas poderosas y acabó dando una lección de humanidad al mismo rey David. Su historia nos conmueve incluso hoy. No podemos dudar que las oraciones de Rizpa, para que se diera el respeto debido a los muertos, fueron escuchadas por el Señor.

 

RUT

«Toda la gente de mi pueblo sabe que eres una mujer virtuosa» (Rut 3:11).

Léase: Rut 3. Rut ya no era una joven cuando se casó con Booz y dio a luz a Obed. Había estado casada con Mahlón en Moab durante casi diez años, y había continuado viuda durante algún tiempo. En aquellos tiempos y en el Oriente, podía ya considerarse, pues, una mujer de edad madura. Al compararla con Noemí nos inclinamos a pensar que era joven, pero no lo era tanto como suponemos.

Rut procedía del mismo origen pagano de Orfa. Era parte de La tribu de Moab, que había degenerado espiritualmente. También ella había entrado en contacto con La Santa influencia de Elimelec y su familia. Pero al revés de Orfa había abierto su corazón a La gracia.

No tenemos La menor indicación de que Noemí tratara a Rut de modo diferente que a Orfa. Pero, La disposición del corazón de una es totalmente distinto del de la otra. Orfa había rechazado en su corazón la gracia. Noemí había abierto su corazón a la misma. Notemos que las tres habían empezado el viaje juntas. Es posible que si no se hubiera presentado la cuestión de decidir por un pueblo y otro, por unos dioses u otros, las tres habrían llegado a Belén. Pero Noemí, de repente se para y las insta a que regresen a los dioses de sus padres.

Ante esta invitación Orfa se vuelve. Rut, por el contrario, se siente conmovida por la fe que arde ya en ella y se niega a regresar. Hace su decisión, y confiesa que en adelante su vida y su muerte será contada con el pueblo de Dios. «No me ruegues que te deje y que me aparte de ti;, porque adonde quiera que tú vayas iré yo, y donde quiera. que vivas viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios. Donde tú mueras, moriré yo, y allí seré sepultada; así me haga Jehová, y aun me añada, que sólo La muerte hará separación entre nosotras dos.»

Vemos, pues, que Dios usó su afecto por La pobre y desolada Noemí como medio de gracia. Noemí es el eslabón con que Dios ha unido para siempre a Rut con su pueblo y su Mesías.

No vemos a Rut trazando especulaciones espirituales abstractas. Con agradecimiento mira el rostro arrugado y triste de la madre de su esposo y quiere permanecer junto a ella. La fe en el Dios de Israel se mezcla inseparablemente con su amor por Noemí. Quiere identificarse con ella, pero en el fondo hemos de ver la confesión de que el Dios de Noemí será el suyo. Admite, en realidad, que el mismo Dios que la sacó de Moab la trasplanta al pueblo de Israel.

La fe de Rut es simple y transparente. Un servicio humilde y tranquilo, sin macha de orgullo o altivez espiritual. Rut no dice: «Alguien tiene que cuidar a esta anciana, y soy yo quien debe hacerlo.» Respetó la posición de Noemí como madre y decidió ser su hija.

Rut siguió a los segadores en un campo de Belén, para proveer para su suegra y para ella. Por haberlo hecho en humilde obediencia Dios la bendijo. Entró en los campos de Booz. Todos le fueron favorables; todos la ayudaron. Luego, cuando Noemí oyó la simpatía mostrada por Booz se preguntó si siendo su pariente no estaría dispuesto a casarse con Rut. En esto Rut volvió a ajustarse a los deseos de su suegra. En todo, incluso lo más aventurado, ejerció Rut obediencia total. De esta manera Dios tejió el hilo de su vida en la tela de la historia de su pueblo.

Booz se casó con Rut. Rut dio a luz a Obed. De Obed nació Isaí. Así que Rut, la moabita, fue incluida en la línea de los elegidos por Dios para formar la línea de la que nació el Salvador. Rut fue la bisabuela de David

 

SAFIRA

Pero cierto hombre llamado Ananías, con Safira su mujer, vendió una heredad, y se quedó con parte del precio, sabiéndolo también su mujer. (Hechos 5:1, 2)

Léase Hechos 5:1-11. Dios castigó a Safira con la muerte por haber colaborado con su esposo en un acto fraudulento. Lo ocurrido no parece que debería haber dado lugar a un resultado tan trágico. Vamos a considerar los hechos en conjunto.

Ananías y Safira, los dos se habían segregado del judaísmo y se habían adherido a los seguidores de Jesús. No eran meramente simpatizantes: vendieron una propiedad suya y entregaron a los apóstoles una buena parte de la venta, para beneficencia o necesidades de los apóstoles y la predicación. ¿Cómo pudo dar lugar a un castigo tan grave un acto de generosidad?

Es posible que Ananías y Safira eran bien conocidos, y también lo era el hecho de que tenían una propiedad. El retenerla, cuando los demás vendían las suyas, podía producir la impresión de egoísmo ante los demás fieles. Ananías y Safira querían asegurarse de mantener las apariencias y su reputación de piedad. Decidieron pues, vender la propiedad. Una vez vendida, de común acuerdo decidieron que, sin menoscabo para su reputación, iban a retener parte del producto de la venta. Es posible que no retuvieran mucho, pues de otro modo la discrepancia se habría hecho evidente.

Lo que vemos aquí esencialmente es que su acción no era motivada espiritualmente. Y al dar la apariencia de que entregaban todo lo obtenido de La venta, la acción adquiría el carácter de fraude a los ojos de los apóstoles, y una mentira ante los ojos de Dios. Era un verdadero sacrilegio.

No sabemos si Pedro se enteró del precio indirectamente o si le fue revelado por Dios. Pero su acusación fue fulminante: «¿No podías retenerlo todo para ti siendo tuya la propiedad? La mentira no es a los hombres sino a Dios que la has dicho.» Ananías expiró al oír estas palabras. A las tres horas más o menos, apareció Safira y cuando Pedro le preguntó a qué precio habían vendido la heredad; Safira, que se había puesto de acuerdo con su esposo, repitió la mentira. Safira «cayó a los pies de Pedro y expiró».

 

SALOME

“Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo, con sus hijos, postrándose ante él y pidiéndole algo”. (Mateo 20:20)

Léase Lucas 20:20-28; Marcos 15:40, 41. Salomé era la esposa de Zebedeo, y la madre de Juan y Jacobo. Lo notamos al comparar Marcos 15:40 con Mateo 27:56. Marcos nos da el nombre de Salomé como una de las mujeres que estuvieron presentes en el entierro de Jesús. En Mateo no se menciona su nombre pero se la designa como la madre de los hijos de Zebedeo. Salomé podía considerarse como muy bendecida entre las mujeres, puesto que era la madre de dos de los discípulos más queridos por Jesús. Es indudable que los tres apóstoles en quienes Jesús tenía más confianza eran Pedro, Juan y Jacobo. Más adelante apareció Pablo, pero este no formaba parte de los doce. Jacobo y Juan, junto con Pedro, siempre son nombrados en ocasiones aparte. Jacobo murió como mártir según vemos en Hechos 12:2, por lo que su entrada en el cielo precedió a la de los otros apóstoles. De los once que habían presenciado la ascensión de Jesús en el monte de los Olivos, Jacobo fue el primero llamado a la comunión con el Señor.

La vida de Salomé, pues, dio mucho fruto. Sus dos hijos retuvieron su posición clave entre los apóstoles. Juan murió mucho más tarde. Fue el último de los apóstoles que murió, después de la revelación de Patmos.

Salomé era la mujer de un pescador. Vivían en la costa del Lago de Genesaret. Era de esperar que sus hijos Juan y Jacobo seguirían moviéndose entre barcas y redes, continuando la ocupación de su padre. Pero, el curso de la familia fue cambiando súbitamente cuando Jesús los llamó a formar parte de su grupo. Su posición como apóstoles de un Rey con poder en el cielo y en la tierra cambió las ambiciones de Salomé para ellos, como veremos a continuación.

Hay multitud de leyendas con respecto a Salomé. Por ejemplo: que nació de un primer matrimonio de José, y por ello estaba emparentada con la familia de María. Otra, que era hija de Zacarías. El sentido de ellas es establecer el hecho que Jacobo y Juan probablemente habrían ya oído hablar de Jesús, cuando este los llamó. Más probable es que la familia había oído hablar de Jesús a través de Juan el Bautista, cuando este predicaba junto al Jordán. Esto significa que la familia ya estaba preparada para recibir el mensaje, pues no se nos dice que Zebedeo hiciera el menor esfuerzo para retenerlos; en cuanto a María sabemos que fue luego ella misma a escuchar a Jesús y que siguió a las mujeres. Ya vimos que fue una de las mujeres que preparó los lienzos y especias para el entierro de Jesús.

El pecado de Salomé era el de los apóstoles. Reconoció que Jesús era el Mesías, pero no podía separar al Mesías de la gloria temporal de Israel. No se dio cuenta que los hijos de Abraham lo eran por la fe, no por sus hijos y por Pedro, y quizá sintiera incluso celos de Pedro y quiso asegurarse de que sus hijos, cuando Jesús viniera en su Reino, tuvieran un lugar de honor en él. Estas razones, comprensibles al considerar el orgullo natural de madre, la inducen a esta petición pecaminosa. No procedía de la fe, sino de lo opuesto a la fe.

¿Cuál fue la respuesta de Jesús? Dirigiéndose a sus hijos, que estaban con ella, les pregunta si podían beber de la copa que estaba preparada para él. Los hijos respondieron que podían. Jesús les confirmó el hecho que realmente lo harían: profetizando con ello el martirio, del que los dos iban a morir más adelante en distintas circunstancias. ¡Esta fue la corona de Salomé! ¡Una corona de eterno peso de gloria!

 

SARA

“Por fe Sara siendo estéril, recibió poder para concebir” Hebreos 11:11.

Léase: Hebreos 11:1-16. Sara es la primera mujer cuya fe se nos muestra para que la observemos, y esto específicamente en su función de mujer casada. Hay dos apóstoles que nos lo dicen. Primero es Pablo que indica que por fe pasó a ser madre (Hebreos 11:11); y segundo, Pedro, que ruega a las mujeres cristianas que sean como Sara, que ” obedecía a Abraham llamándole señor” (1ra.Pedro 3:6). No sabemos qué clase de mujer era Sara como hija, en su casa, o como doncella. Se nos presenta ya como “la mujer de Abraham” y así permanece en la Biblia.

En algunos aspectos, Sara puede ser comparada con Ada y Zila: su hermosura, que es altamente alabada, por ejemplo; en el episodio de Agar [su sierva ofrecida a Abraham como esposa] vemos que seguía el ejemplo que habían dado las mujeres de Lamec. Se nos dice que fue deseada dos veces por otros hombres, primero por el Faraón y luego por Abimelec. Añadamos a esto sus celos entre ella y Agar, y tenemos la impresión que el malestar y desazón de Ada y Zila llena también la tienda de Sara. Sara nos es presentada como es: como una intrigante a veces; a veces como una heroína. Se nos presenta la vida de una mujer como era en aquellos días, una vida de negación personal para las mujeres.

Hay una diferencia importante en la situación de Sara con respecto a la de Ada y Zila. Interviene la gracia en esta situación patética. El misterio de la fe se realiza en su corazón. Por medio de esta fe la posición de la mujer es esencialmente ennoblecida, de modo que puede ser presentada como un modelo para las mujeres cristianas.

Esta fe, sin embargo, se expresa a través del curso natural de los sucesos. En realidad halla en la vida ordinaria la substancia en la cual puede echar raíces y empezar a crecer. Esta fe perfecta primero le induce a conducirse en la capacidad de madre conforme a las ordenanzas de Dios. Esta fe luego se fija en el Hijo que había de nacer, y de esta forma en el Mesías.

Como esposa de su marido cumple todos los requerimientos de los preceptos divinos. En el Paraíso Dios había dicho que la voluntad de la mujer debía ser sometida a la del marido y Sara busca su satisfacción en la obediencia a esta orden. Cuando Abraham sale de Ur de los Caldeos para ir a Canaán, ella deja a sus amigos para ir con él a un país extraño. Cuando es raptada al harén de dos príncipes extranjeros, permanece fiel a Abraham. En todo se adapta a las circunstancias. Recibe sus invitados y con ello, sin saberlo hospeda a ángeles. Y, finalmente, decide dar la preferencia a Agar antes de ver a su marido sin hijos.

Por esta actitud recobra la posición de dignidad que Dios había asignado a la mujer. La mujer teme ante la autoridad. Pedro dice a las mujeres cristianas: “Vosotras habéis venido a ser hijas (de Sara), si hacéis el bien, sin temer ninguna amenaza” (1.a Pedro 3:6). Por tanto, ocupando exactamente la posición apropiada que Dios le ha ordenado, Sara consigue ser una mujer con dignidad. Luego, cuando Agar la provoca, afirma sus derechos como esposa, y Dios le dice a Abraham que debe tomar partido por Sara.

Sara no se aceptaba a sí misma. Es verdad que ella creyó que el Mesías procedería de su marido. Pero finalmente acabó creyendo que no iba a compartir este honor como madre. Por ello dio a Agar a Abraham. Cuando Dios se apareció a ella y a Abraham, y les dice que el hijo nacerá de su matriz, ella lo duda. Persiste en colocar la promesa sobre el hijo de Agar. Por ello se ríe. A pesar de su risa incrédula, sin embargo, acepta finalmente la esperanza de que el Mesías saldrá de su seno. El apóstol dice que “por fe recibió poder para concebir”. Dios, en consecuencia, cumple dos cosas en ella. Por su Espíritu la fortalece y hace que su fe crezca. Además, crea en ella una nueva vida en su seno.

De esta manera pasa a ser la madre de Isaac y a través de él, del Mesías. Y es presentada a todas las mujeres cristianas como su madre. Todas son instadas a ser hijas de Sara, a fin de que pueda crecer en una fe bien fundada y progresiva.

Sara, sin embargo, tuvo momentos pecaminosos. El ceder a Agar fue un acto de incredulidad. Su risa fue también incrédula. A causa de su incredulidad Sara trató a Agar rudamente. Y las Escrituras no disimulan este hecho. Pero a pesar de todos sus pecados, Sara vivió por fe. Por fe recobró su valor como mujer. Por fe, de Sarai pasó a Sara. Comparada con Ada y Zila, Sara es una princesa entre las mujeres.

 

SÉFORA

“Y aquel varón dio su hija Séfora por mujer a Moisés” (Exodo 2:21).

Léase: EXODO 2:15-22; 18:2-7. El primer matrimonio de Moisés fue muy desdichado. Su propia falta de fe fue la causa de ello. Recordemos cómo se puso a la defensa de un compatriota en Egipto, y pensaba con su sola fuerza liberar a los hebreos de mano de los egipcios. Sin duda, no tenía para este tiempo la menor idea de la forma milagrosa en que Jehová iba a usarle para guiar a su pueblo y sacarlo de servidumbre. Ante el fracaso, Moisés desilusionado tuvo que huir. Y llegó a Madián y a Jetró. Se hallaba disgustado en su corazón. Ahora, las perspectivas de poder liberar a los judíos tenían que parecerle sin esperanza. Pensaría que no tenía ya otra cosa que hacer que permanecer en una tierra extraña, oscura y desconocida.

En este estado de ánimo abatido y desanimado Moisés aceptó en matrimonio a Séfora, una mujer medianita. Podía haber esperado una esposa de su propio pueblo. Pero Moisés era débil de carácter en aquel entonces. Ni aún tenía el coraje y decisión del período de la zarza ardiente. Expresó su desilusión con el nombre que dio al hijo que le nació de Séfora, poco tiempo después: Gerson, que significa “forastero soy en tierra ajena”. Puede muy bien ser por este desánimo y depresión que Séfora poco a poco pudo dominarle e interferir más y más en las sagradas tradiciones de Israel. Por lo menos, cuanto tuvo su segundo hijo, Eliezer, sabemos que a Moisés le faltó incluso el valor de insistir en que fuera circuncidado. Es también verdad, sin embargo, que para este tiempo Moisés había desarrollado una fe más firme. Esto es evidente por el nombre, que significa “el Señor de mi padre fue mi ayuda”. Pero como ocurre con frecuencia, la tendencia a cultivar los valores internos espirituales, se compensó con esta caída de la actividad productiva, y la energía. Moisés pecó gravemente: hizo una componenda con una mujer no creyente, y se abstuvo de aplicar su hijo la marca del Pacto de Dios. Séfora, al parecer triunfó. Moisés no iba a vencer a Madián, sino que Madián iba a subyugar a Moisés.

En este punto, sin embargo, intervino el Señor. En uno de sus frecuentes viajes por el país, Moisés estaba alojado con su familia en una posada de una ciudad extraña. Allí Dios causó que Moisés cayera gravemente enfermo. Séfora le ve postrado; las señales de la muerte aparecen en su rostro. La conciencia les acusa a los dos de que han profanado el Pacto de Dios. Séfora que no se encuentra bajo la influencia directa de la casa de su padre se encuentra perdida, no halla solución. En su desespero se siente obligada a ceder a los deseos de su esposo. Estando Moisés demasiado enfermo para hacerlo, ella misma circuncida a Eliezer con un pedernal afilado.

Séfora no lo hace porque se arrepienta o tenga el corazón quebrantado, porque haya sido vencida por el Señor. Es evidente, por el relato que lo hace sólo para salvar la vida de su esposo. Leemos en Exodo 4:25 que echó el prepucio a los pies de su esposo y dijo: “A la verdad tú me eres un esposo de sangre. Por poco te pierdo por la muerte; ahora estás convaleciente. Yo te he arrancado de las garras de la muerte. Eres mi esposo por segunda vez, y esta vez por medio de la sangre de mi hijo.” Sin duda, éste es un lenguaje jactancioso, de amargura, no de un corazón contrito. Y no sirvió esto para restaurar las relaciones entre los dos. Leemos que al final ella y sus dos hijos regresaron a Madián y que Moisés se dirigió a Egipto solo.

Es verdad que más tarde Jetro le devolvió la esposa y los hijos (Éxodo 18). Es también verdad que Moisés, que había pasado a ser el líder de Israel, ni repudió ni rechazó a la mujer con la que se había casado en un acto poco juicioso. Para él el matrimonio era una unión demasiado sagrada. Después de esto, sin embargo, ya no se nos habla más de Séfora ni de sus hijos. Ninguno de ellos recibió una legación de riquezas espirituales. Sus personas pasan sin comentario en la historia del pueblo judío.

María, la hermana de Moisés, también había caído en pecado. Pero ésta ha retenido su valor para nosotros como representante de la fe. Séfora carece de este atractivo. Las Escrituras nos la presentan como una mujer no salva, que se opuso a su marido, y por ello rebajó el nivel de la familia al lugar en que ella estaba.

 

TAMAR

“Y Tamar, su nuera, dio a luz a Peres y a Zera.” (I Crónicas 2:4)

Léase: Génesis 38:6-30; I Crónicas 2:4. Tamar significa “delgada” y es el nombre que se usa en las Escrituras para denominar la palmera. De esto se puede inferir la configuración de Tamar: alta y delgada. Pero es más importante aún que como su suegra, la hija de Súa, fuera cananea.

Todo esto no significa que Tamar fuera perversa o idólatra, pues sabemos por la visita que hizo Melquisedec a Abraham que había algunas familias en Canaán que reverenciaban al “Altísimo”, aunque no tuvieran un conocimiento completo de Dios. Y sin embargo, por la patética historia de Tamar es evidente que este resto de fe había sido severamente deformado por una vida moral defectuosa.

Canaán había sucumbido especialmente al pecado de adulterio, el cual había adquirido tales proporciones, que incluso era un deber en términos de ritual religioso. Esto se hace evidente por la experiencia de Fineas y el culto de Baal-peor. Y sabemos de otros incidentes que el servicio de Astarot era de una depravación extrema. Cuando el-hombre se aparta de Dios acaba cayendo en una lamentable degradación.

Recordemos brevemente que Tamar había sido la esposa del primogénito de Judá, Er, al cual por su maldad, Dios le quitó la vida. Habiendo Tamar quedado viuda se casa con el segundo hijo, Onán. Pero éste hace también lo malo delante de Jehová, y sufre el mismo castigo. Judá tenía que darle ahora a Sela, el tercer hijo, pues se lo había prometido, pero no lo hizo y Tamar seguía sin hijos. Esto era una pena para ella. Tres veces consecutivas falló en sus deseos de dar descendencia a la familia de Judá.

Y entonces viene el plan de atraer al mismo Judá a que cometa adulterio con ella. De su pecado nacieron Peres y Zera. Y con ello su nombre consta en la genealogía de Cristo. Como Betsabé, también figura en esta línea ancestral. Los dos casos nos dejan sorprendidos en gran manera.

Es indudable, sin embargo, que en toda esta serie de acciones pecaminosas, Tamar es la menos culpable de todos. Judá dijo la verdad cuando reconoció que “mas justa es ella que yo” después de haber dado órdenes de que la quemaran por haber fornicado. No podemos olvidar el sincero deseo de Tamar de dar un heredero a Judá; que había la provocación del mismo Judá al romper su promesa; un último punto es que había sido criada entre los cananeos, para los cuales el adulterio no merecía prácticamente reprobación.

Así, pues, si hemos de levantar el dedo censurando estos excesos, hemos de ser más severos con Judá que con ella, y también con los hijos de Judá.

 

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